Los antiguos egipcios llamaban a los jeroglíficos la «Escritura de las palabras divinas» o «Escritura de la casa de la vida». Pero no fue el único tipo de escritura.
Empecemos por el principio.
Tabla de contenidos
Tipos de escritura en el Egipto faraónico
A lo largo de la historia del Antiguo Egipto se desarrollaron tres sistemas:
- Escritura jeroglífica: es la escritura más antigua y compleja. Se utilizaba para los grabados, es decir, para las inscripciones que aparecen en los monumentos: sarcófagos, tumbas, etc.
- Escritura hierática: más sencilla que la anterior; este tipo de escritura se empleaba en textos científicos y obras literarias.
- Escritura demótica: con este alfabeto se podían comunicar con rapidez y por eso era el utilizado para los asuntos de la vida diaria: compras, recibos. Funcionaba como idioma popular. Se alteró cuando se adoptó el alfabeto griego.
La primera persona que dio a conocer estos tres tipos de escritura fue el griego Heródoto.
Jeroglíficos: bases de la gramática
La principal característica de los jeroglíficos egipcios radica en la carencia de vocales. En este sentido, quienes sabían leer conocían por contexto las vocales faltantes en los textos.
Utilizaban más de 800 signos, donde se ven personas, animales, naturaleza, instrumentos de artesanía, música, agricultura, joyas, insignias y coronas.
Durante la primera época se hizo coincidir la palabra con la imagen de la palabra. Por ejemplo, el sol con la forma del sol. A estos caracteres jeroglíficos se les conoce como ideogramas (signos figurativos).
Se distinguen de los fonogramas (signos fonéticos), en los que aparece una raya vertical.
Pero tanto en unos como en otros, el significado de la palabra se determina por una sucesión de conceptos. Algo tan difícil de entender que llevó siglos descifrarlo.
Por otro lado, hay que añadir el valor fonético del idioma. Cada signo, además de representar a un ser vivo o un objeto, se identificaba con una o más consonantes. Hasta cuatro.
El alfabeto constaba de 24 consonantes. Pero los egipcios, a lo largo del tiempo, introdujeron nuevos símbolos. Esto resultó un dolor de cabeza para los egiptólogos porque una misma consonante se podía representar de muchas formas.
Los signos determinativos, sin embargo, ayudaron a la interpretación. Se supo que cualquier acto que equivaliera a la fuerza se representaba con un brazo golpeando, o que el agua se escribía con tres líneas curvas.
Fue un sistema de escritura sin reglas ortográficas. Un texto artístico era un texto perfecto.
Otro punto vital para poder leer era saber su orientación, pues la escritura jeroglífica se escribía horizontal, de derecha a izquierda o de izquierda a derecha, o vertical, de arriba abajo.
Pero si haces el viaje a Egipto y prestas atención, verás que en los signos aparecen miradas, sea de animales o de personas. Ellas conducen hasta el inicio del texto.
Los intentos por descifrar los jeroglíficos
La expansión del cristianismo desmanteló la civilización faraónica. Quedaron enterrados los secretos de sus grandes construcciones, sus jeroglíficos y muchos de sus mitos.
A partir de entonces, un halo misterioso y enigmático cubrió Egipto durante siglos, lo que atrajo a numerosos viajeros y aventureros.
En el siglo V a.C., Heródoto de Halicarnaso inauguró la era de los «viajes-relato»; en sus libros de historia describe la geografía de Egipto y su fauna. Pero se alejó del rigor científico por mezclar datos precisos con leyendas e historias populares.
Estrabón, Diodoro, Séneca, Plinio o Tácito, por citar algunos nombres, también narraron en sus obras la historia y geografía del mítico Egipto, aunque con excesiva frecuencia acudieron a fuentes orales de escasa fiabilidad.
Las claves para conocer a esta gran civilización seguían sumidas en la oscuridad. Muchos eruditos (historiadores) intentaron en vano desentrañar el secreto de tan extraña escritura.
Uno de los estudios más antiguos fue el realizado por Horapollon en la segunda mitad del siglo V. Originario del Alto Egipto, trató de dar a cada símbolo una correspondencia lógica con la realidad cotidiana. Concluyó, por ejemplo, que la imagen de la liebre servía para escribir el verbo «abrir» porque los ojos de este animal están constantemente abiertos; pero esta teoría no le llevó a obtener grandes resultados.
Durante la Edad Media, los saqueadores de tumbas robaban los tesoros enterrados y la atracción por Egipto perdió interés.
El entusiasmo resurgió en el siglo XVII, más concretamente en 1636, con la publicación del libro «Prodomus coptus sive Aegytiacus», de P. Atanasio Kircher, quien marcó una nueva etapa en el estudio de la escritura del Antiguo Egipto.
En la obra, el autor demostró que la mayor parte de los nombres egipcios conocidos podían explicarse a través de la lengua copta, de donde dedujo que el copto era una forma derivada del idioma del Antiguo Egipto.
La época moderna se caracterizó por viajes arqueológicos y procedimientos filológicos. A partir del silo XVIII, se pusieron de moda las excursiones a Oriente y fueron numerosas las narraciones que relataban los paisajes y monumentos de Egipto. A ello se dedicaron nombres que tomaron un lugar en la historia, como Fréderic Caillaua, Edme François Jomard o Gérard de Nerval.
Pero el siglo XIX fue el siglo estrella dentro de la egiptología moderna. En este período se descifraron finalmente los misteriosos jeroglíficos.
Además, la expedición francesa del general Bonaparte a Egipto propició el estudio y el interés por la milenaria cultura faraónica. El propio Napoleón creó «El Instituto de Egipto», con el único objetivo de estudiar sobre el terreno aquel país y su historia.
Fruto de ello es «Description de L´Égypte», una obra inmensa de gran utilidad incluso en nuestros días. Reproduce y describe los monumentos del Valle del Nilo y ofrece nuevos materiales para la investigación.
El primer paso para el desciframiento final de los enigmáticos jeroglíficos se dio en 1799, con el descubrimiento de la piedra de Rosetta.